La transformación que viene de la mano de la interacción de dos opuestos que se complementan y, como consecuencia, esto lleva a la superación, a la perfección.
Naranja... mucho más que un color llamativo o extravagante.
En China, el amarillo es el color de la perfección, el color de todas las cualidades nobles; el rojo es el color de la felicidad y del poder. El naranja no se limita a estar entre la perfección y la felicidad, sino que tiene un significado propio y fundamental: es el color de la transformación.
En China y en la India, el nombre del color naranja no es el de la fruta sino el del azafrán, el colorante naranja que produce "la reina de las plantas".
La idea de transformación constituye uno de los principios fundamentales del confucianismo. En él, el poder terrenal y el poder espiritual están unidos.
Todo ser se concibe como resultado de la acción recíproca del yang (principio masculino y activo) y el yin (principio femenino y pasivo). Yang y yin no son contrarios rígidos, sino que se transforman uno en otro, porque nada permanece siempre igual. Nadie vive por si mismo, sino que reacciona ante los demás. Toda transformación resulta de la acción recíproca de progreso y perseverancia, y solo la perseverancia lleva al progreso.
Ningún otro color simboliza mejor la transformación que el naranja. El amarillo y el rojo son opuestos, pero también están emparentados, se pertenecen recíprocamente como el fuego y la luz, como los sentidos y el espíritu. A diferencia del cristianismo, el confucionismo no ve en los sentidos una fuerza enemiga del espíritu.
En la misma época que Confucio (551-479 a.C.) vivió Buda (560-480 a.C.). El budismo no tardó en propagarse a China, pero jamás hubo guerra religiosa entre confucianos y budistas. En el budismo, el naranja es el color de la iluminación, que representa el grado supremo de perfección. El Dalai Lama, cabeza de la iglesia tibetana, aparece siempre vestido en todos los tonos del naranja.
Flor
Fuente: Psicología del Color (Eva Heller).
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